Desde los albores de la independencia, la manera de entender a Chile como nación ha ido variando dependiendo de diversos factores. ¿Qué estrategias se han implementado para consolidar la idea?, ¿cuáles han sido las tensiones y conflictos? Consultados por Culto, responde un grupo de historiadores.
Al amanecer del primaveral 30 de septiembre de 1812, una salva de 31 cañonazos se escuchó sobre Santiago. No, no se trababa de alguna invasión realista. Era la conmemoración del segundo aniversario de la Junta de Gobierno de 1810. Por más que en aquella ocasión los criollos se organizaron para cuidar el poder del rey Fernando VII, los patriotas más exaltados tomaron la fecha como una buena ocasión para mostrar los símbolos independentistas.
La noche del 30 de septiembre se celebró un gran baile en el Palacio de La Moneda, con el fin de celebrar la incipiente independencia de la joven nación. El sarao era lo que se acostumbraba en los encopetados salones criollos. Ente las vestimentas de los ilustres invitados e invitadas (a la moda del estilo “imperio”, importado desde Francia) ostentaban con orgullo las escarapelas nacionales tricolor, amarillo, blanco y azul, como la primera bandera nacional que ya flameaba en Chile desde el 4 de julio de ese año. Al mando del país se encontraba José Miguel Carrera.
Si bien la celebración del “18″ se debió postergar para el 30 debido a las tensiones acumuladas en el núcleo del bando patriota (que finalmente no llegaron a aflorar en algún movimiento armado), aquellos hombres y mujeres ya demostraban tener cierta conciencia de que pertenecían a una nación.
“Un escritor contemporáneo estima en más de ocho mil el número de luces encendidas en la entrada del palacio, en los patios y en los salones de baile. La plazuela, adornada con vistosos arcos, ostentaba en todas partes inscripciones poéticas alusivas a la libertad y a la independencia”, escribe Diego Barros Arana en su clásico Historia General de Chile. Y agrega un particular detalle: “El escudo de armas reales que estaba colocado en una ventana principal del palacio, había sido ocultado por medio de un artificioso juego de luces”.
Esos criollos de 1812 apostaban a diferenciarse claramente de España con un concepto de nación nuevo, que sería Chile. Pero, ¿qué es la nación chilena? Como todo concepto, es algo que se ha ido construyendo en el tiempo. En la historiografía, la idea ha sido discutida y al parecer es menos homogénea de lo que se podría creer.
Mecanismos para construir una nación
La historiadora Valentina Verbal, consultada por Culto, asegura: “La verdad, no resulta fácil hablar del concepto de ‘nación’, que yo entiendo como una comunidad política que tiene la voluntad de organizarse como Estado. En este sentido, no creo que —como sostiene Mario Góngora— el Estado haya creado la nación, al menos en los términos en que él lo plantea. Él habla de que la nación es una suerte de tradición que el Estado debería preservar. Por eso, en su Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile, de 1981, Góngora rechaza el neoliberalismo porque sería contrario a la identidad hispano-católica de los chilenos, que supuestamente carecería de un carácter empresarial o mercantil”.
Para Verbal, lo correcto es hablar del concepto de “identidad nacional” por sobre el de nación. Sin embargo, asegura que esta idea también es discutible, incluso si se considera proveniente desde la elite social. “Creo que es verdad que las elites han buscado construir una identidad más o menos homogénea. Pero el problema es que, a diferencia de la historiografía más hegemónica (tanto de derechas como de izquierdas), no creo que exista una sola elite, lo que esa historiografía llama ‘aristocracia’ u ‘oligarquía’”.
“Las elites han sido muy variadas y plurales. Incluso en el siglo XIX las dos grandes fuerzas políticas —conservadores y liberales— tenían concepciones marcadamente encontradas sobre la modernidad, el bien común, la libertad, etc. En esencia, sobre lo que deberían ser los chilenos. Lo que pasa es que gran parte de la historiografía actual menosprecia los debates culturales o doctrinarios que en esa época se daban y que, a veces, hoy se miran como cuestiones ‘bizantinas’”.
Elisa Fernández, historiadora y académica de la Universidad de Chile, pone otro punto en la discusión. “Yo pienso que el concepto de nación ya no se construye necesariamente desde la elite. Pueden tener un rol igual importante, pero no es solo exclusivamente de la elite”. En cambio, rescata el concepto de “Comunidad imaginaria” de Benedict Anderson. “Él plantea que los conceptos nación y nacionalismo son ‘comunidades imaginarias’ porque están construidas socialmente. Las naciones no son entidades naturales preexistentes, sino que más bien son como productos de la imaginación humana, de la identificación colectiva, del sentido cultural que se tiene respecto al pertenecer”.
“Por lo tanto, podríamos decir de ahí viene esta idea de que existen varias naciones porque existe una cultura y un relacionarse entre grupos étnicos, Aymaras, Mapuches, por ejemplo”, agrega Fernández.
Sin embargo, pese a reconocer la existencia de varias naciones, la académica agrega un elemento unificador. “Según la propuesta de Anderson, todos somos lo que vivimos en un territorio con una serie de elementos comunes que nos hacen reconocernos como miembros de esta nación. Estos elementos comunes están muy asociados a la cultura, por supuesto, el lenguaje, a las prácticas políticas, a la forma de entender la religión”.
El historiador Alejandro San Francisco, profesor de la Universidad San Sebastián y la Pontificia Universidad Católica de Chile; Director de Formación del Instituto Res Pública, comenta cuáles han sido los mecanismos mediante los cuales la elite ha impulsado el concepto de identidad nacional. “Las fórmulas son muchas y diversas, desde comienzos del siglo XIX en adelante. Me parece que tuvo un papel relevante la creación de los emblemas nacionales (bandera, himno y escudo nacional), más todavía cuando ellos formaban parte del rito republicano en diferentes instancias”.
“La creación de un sistema educacional también contribuyó, al igual que la existencia de un gobierno central, la continuidad republicana, la autoimagen de un país que comenzó a funcionar y a tener éxitos. Mario Góngora enfatizó el valor de la guerra como factor de toma de conciencia nacional; en buena medida el triunfo contra la Confederación Perú Boliviana permitió la consolidación de un nacionalismo popular, bien reforzado por el himno de Yungay, una especie de segunda canción nacional”.
“Las fiestas patrias fueron un elemento importante de socialización, en sus diversas dimensiones: la fiesta oficial, el Te Deum que agradece a Dios los bienes proporcionados a la patria, los juegos de guerra (o nuestra actual Parada Militar) y ciertamente las pampillas, chinganas o ramadas, que eran un gran espacio de socialización del patriotismo, a través de los festejos de la Independencia o la regeneración nacional, como se le llamaba”.
Valentina Verbal agrega: “Los mecanismos son más o menos los mismos que hoy se utilizan. El instrumento clave es la ley. Se piensa que la ley (y la constitución, como ley suprema) es una herramienta clave para mover las cosas tipo de sociedad al que se aspira. Sin embargo, y a pesar de que la historiografía conservadora suele criticar el legalismo del siglo XIX (constitucionalismo y codificación), la verdad es que se trataba de un legalismo muy mínimo. Las regulaciones eran muy generales. Y apuntaban a llenar vacíos donde el Estado estaba muy ausente y sí estaba presente en países avanzados de la época, como los Estados Unidos”.
“Otra herramienta muy clave, sobre todo en el siglo XIX, es la prensa. Todas las fuerzas políticas o culturales de esa época (católicos, masones, liberales, mujeres, etc.) buscaban cambiar el clima de opinión mediante la prensa. A través de este mecanismo, esas fuerzas defendían determinados proyectos de ley o se oponían a otros. Pero se entendía que había que conquistar una cierta hegemonía en materia de opinión. Este era el puntapié inicial para la reforma legal. Esto también pasó con los movimientos obreros y a favor del sufragio femenino”.
Mutaciones, tensiones y conflictos
Como toda idea vista desde una mirada histórica, el concepto de lo que entendemos como nación chilena también ha ido cambiando a través de los siglos. Valentina Verbal entrega una mirada para entender este proceso. “En general, creo que la diversidad llegó para quedarse. La llegada de los migrantes es algo claro. Son parte de nuestras ciudades. Y esto me parece es una señal positiva. No somos una esencia. El problema es cuando la diversidad se entiende como esencia y como corporativismo. A no todos los chilenos les gusta la cueca y el rodeo. La democracia debe seguir siendo formal y no establecer derechos especiales en favor de grupos particulares. Esto genera conflicto porque se ve a la política como una relación amigo-enemigo, en donde unos grupos ganan a costa de otros”.
De hecho, Verbal también pone sus dardos en la historiografía tradicional. “Oculta la diversidad. Incluso, aunque parezca increíble, se minimiza el papel de los liberales en la reconfiguración de la república en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Quiénes son los padres fundadores de Chile? O’Higgins y Portales los más citados y estudiados. Pero se omite a Federico Errázuriz, Miguel Luis Amunátegui, José Victorino Lastarria, entre varios otros. Es verdad que estos no lograron la Independencia, pero sí modernizaron la república hacia una visión más liberal, a favor de las libertades, etc. O sea, son los padres fundadores de la ‘Segunda República’ en Chile”.
Para Alejandro San Francisco, hay elementos que muestran cierta continuidad, otros que han implicado cambios y algunos tienen un carácter mixto. “En el siglo XIX Chile era un Estado católico y la religión fue un elemento valioso de transmisión de valores nacionales, tanto en la etapa formativa como en hitos como la Guerra del Pacífico. La Iglesia ha perdido fuerza y el Te Deum católico hoy es ecuménico. La autopercepción de excepcionalidad chilena en el concierto latinoamericano ha caído algunas veces en posturas autoflagelantes o que enfatizan la decadencia”.
“Hay momentos que han tenido dimensiones festivas más grandiosas, largas y con participación internacional, pero que son claramente excepcionales. Al respecto me parece que un lugar especial lo ocupa la celebración del Centenario en 1910, que fue un hito republicano y patriótico, en un momento extraordinario”.
“Finalmente, en la etapa inicial de la República existió una triple fiesta nacional, que incluía al 12 de febrero, el 5 de abril y el 18 de septiembre. Finalmente, solo quedó el 18 de septiembre como la gran fiesta nacional, y las otras tienen conmemoraciones localizadas en su valor (el 12 de febrero incluso recuerda más la fundación de Santiago que la batalla de Chacabuco, por ejemplo)”.
Al amanecer del primaveral 30 de septiembre de 1812, una salva de 31 cañonazos se escuchó sobre Santiago. No, no se trababa de alguna invasión realista. Era la conmemoración del segundo aniversario de la Junta de Gobierno de 1810. Por más que en aquella ocasión los criollos se organizaron para cuidar el poder del rey Fernando VII, los patriotas más exaltados tomaron la fecha como una buena ocasión para mostrar los símbolos independentistas.
La noche del 30 de septiembre se celebró un gran baile en el Palacio de La Moneda, con el fin de celebrar la incipiente independencia de la joven nación. El sarao era lo que se acostumbraba en los encopetados salones criollos. Ente las vestimentas de los ilustres invitados e invitadas (a la moda del estilo “imperio”, importado desde Francia) ostentaban con orgullo las escarapelas nacionales tricolor, amarillo, blanco y azul, como la primera bandera nacional que ya flameaba en Chile desde el 4 de julio de ese año. Al mando del país se encontraba José Miguel Carrera.
Si bien la celebración del “18″ se debió postergar para el 30 debido a las tensiones acumuladas en el núcleo del bando patriota (que finalmente no llegaron a aflorar en algún movimiento armado), aquellos hombres y mujeres ya demostraban tener cierta conciencia de que pertenecían a una nación.
José Miguel Carrera, retrato de Francisco Mandiola
Tres días de fiesta, un baile en La Moneda y la traición de un hermano: el “18” más tenso de José Miguel Carrera
“¡Junta queremos, junta queremos!”: la historia oculta del tenso 18 de septiembre de 1810
“Un escritor contemporáneo estima en más de ocho mil el número de luces encendidas en la entrada del palacio, en los patios y en los salones de baile. La plazuela, adornada con vistosos arcos, ostentaba en todas partes inscripciones poéticas alusivas a la libertad y a la independencia”, escribe Diego Barros Arana en su clásico Historia General de Chile. Y agrega un particular detalle: “El escudo de armas reales que estaba colocado en una ventana principal del palacio, había sido ocultado por medio de un artificioso juego de luces”.
Esos criollos de 1812 apostaban a diferenciarse claramente de España con un concepto de nación nuevo, que sería Chile. Pero, ¿qué es la nación chilena? Como todo concepto, es algo que se ha ido construyendo en el tiempo. En la historiografía, la idea ha sido discutida y al parecer es menos homogénea de lo que se podría creer.
Pintura que representa el Primer Congreso Nacional.
Mecanismos para construir una nación
La historiadora Valentina Verbal, consultada por Culto, asegura: “La verdad, no resulta fácil hablar del concepto de ‘nación’, que yo entiendo como una comunidad política que tiene la voluntad de organizarse como Estado. En este sentido, no creo que —como sostiene Mario Góngora— el Estado haya creado la nación, al menos en los términos en que él lo plantea. Él habla de que la nación es una suerte de tradición que el Estado debería preservar. Por eso, en su Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile, de 1981, Góngora rechaza el neoliberalismo porque sería contrario a la identidad hispano-católica de los chilenos, que supuestamente carecería de un carácter empresarial o mercantil”.
Para Verbal, lo correcto es hablar del concepto de “identidad nacional” por sobre el de nación. Sin embargo, asegura que esta idea también es discutible, incluso si se considera proveniente desde la elite social. “Creo que es verdad que las elites han buscado construir una identidad más o menos homogénea. Pero el problema es que, a diferencia de la historiografía más hegemónica (tanto de derechas como de izquierdas), no creo que exista una sola elite, lo que esa historiografía llama ‘aristocracia’ u ‘oligarquía’”.
“Las elites han sido muy variadas y plurales. Incluso en el siglo XIX las dos grandes fuerzas políticas —conservadores y liberales— tenían concepciones marcadamente encontradas sobre la modernidad, el bien común, la libertad, etc. En esencia, sobre lo que deberían ser los chilenos. Lo que pasa es que gran parte de la historiografía actual menosprecia los debates culturales o doctrinarios que en esa época se daban y que, a veces, hoy se miran como cuestiones ‘bizantinas’”.
Plaza de Armas de Santiago en el siglo XIX
¿Cómo se instauró “el 18” como fecha de las fiestas patrias?
“Aún tenemos patria, ciudadanos”: Manuel Rodríguez y la historia tras los Húsares de la Muerte
Elisa Fernández, historiadora y académica de la Universidad de Chile, pone otro punto en la discusión. “Yo pienso que el concepto de nación ya no se construye necesariamente desde la elite. Pueden tener un rol igual importante, pero no es solo exclusivamente de la elite”. En cambio, rescata el concepto de “Comunidad imaginaria” de Benedict Anderson. “Él plantea que los conceptos nación y nacionalismo son ‘comunidades imaginarias’ porque están construidas socialmente. Las naciones no son entidades naturales preexistentes, sino que más bien son como productos de la imaginación humana, de la identificación colectiva, del sentido cultural que se tiene respecto al pertenecer”.
“Por lo tanto, podríamos decir de ahí viene esta idea de que existen varias naciones porque existe una cultura y un relacionarse entre grupos étnicos, Aymaras, Mapuches, por ejemplo”, agrega Fernández.
Sin embargo, pese a reconocer la existencia de varias naciones, la académica agrega un elemento unificador. “Según la propuesta de Anderson, todos somos lo que vivimos en un territorio con una serie de elementos comunes que nos hacen reconocernos como miembros de esta nación. Estos elementos comunes están muy asociados a la cultura, por supuesto, el lenguaje, a las prácticas políticas, a la forma de entender la religión”.
De la chingana a la zamacueca: la historia de las fondas y ramadas
De O’Higgins a Barros Luco: historia de la bandera de Chile
El historiador Alejandro San Francisco, profesor de la Universidad San Sebastián y la Pontificia Universidad Católica de Chile; Director de Formación del Instituto Res Pública, comenta cuáles han sido los mecanismos mediante los cuales la elite ha impulsado el concepto de identidad nacional. “Las fórmulas son muchas y diversas, desde comienzos del siglo XIX en adelante. Me parece que tuvo un papel relevante la creación de los emblemas nacionales (bandera, himno y escudo nacional), más todavía cuando ellos formaban parte del rito republicano en diferentes instancias”.
“La creación de un sistema educacional también contribuyó, al igual que la existencia de un gobierno central, la continuidad republicana, la autoimagen de un país que comenzó a funcionar y a tener éxitos. Mario Góngora enfatizó el valor de la guerra como factor de toma de conciencia nacional; en buena medida el triunfo contra la Confederación Perú Boliviana permitió la consolidación de un nacionalismo popular, bien reforzado por el himno de Yungay, una especie de segunda canción nacional”.
“Las fiestas patrias fueron un elemento importante de socialización, en sus diversas dimensiones: la fiesta oficial, el Te Deum que agradece a Dios los bienes proporcionados a la patria, los juegos de guerra (o nuestra actual Parada Militar) y ciertamente las pampillas, chinganas o ramadas, que eran un gran espacio de socialización del patriotismo, a través de los festejos de la Independencia o la regeneración nacional, como se le llamaba”.
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Valentina Verbal agrega: “Los mecanismos son más o menos los mismos que hoy se utilizan. El instrumento clave es la ley. Se piensa que la ley (y la constitución, como ley suprema) es una herramienta clave para mover las cosas tipo de sociedad al que se aspira. Sin embargo, y a pesar de que la historiografía conservadora suele criticar el legalismo del siglo XIX (constitucionalismo y codificación), la verdad es que se trataba de un legalismo muy mínimo. Las regulaciones eran muy generales. Y apuntaban a llenar vacíos donde el Estado estaba muy ausente y sí estaba presente en países avanzados de la época, como los Estados Unidos”.
“Otra herramienta muy clave, sobre todo en el siglo XIX, es la prensa. Todas las fuerzas políticas o culturales de esa época (católicos, masones, liberales, mujeres, etc.) buscaban cambiar el clima de opinión mediante la prensa. A través de este mecanismo, esas fuerzas defendían determinados proyectos de ley o se oponían a otros. Pero se entendía que había que conquistar una cierta hegemonía en materia de opinión. Este era el puntapié inicial para la reforma legal. Esto también pasó con los movimientos obreros y a favor del sufragio femenino”.
Mutaciones, tensiones y conflictos
Como toda idea vista desde una mirada histórica, el concepto de lo que entendemos como nación chilena también ha ido cambiando a través de los siglos. Valentina Verbal entrega una mirada para entender este proceso. “En general, creo que la diversidad llegó para quedarse. La llegada de los migrantes es algo claro. Son parte de nuestras ciudades. Y esto me parece es una señal positiva. No somos una esencia. El problema es cuando la diversidad se entiende como esencia y como corporativismo. A no todos los chilenos les gusta la cueca y el rodeo. La democracia debe seguir siendo formal y no establecer derechos especiales en favor de grupos particulares. Esto genera conflicto porque se ve a la política como una relación amigo-enemigo, en donde unos grupos ganan a costa de otros”.
De hecho, Verbal también pone sus dardos en la historiografía tradicional. “Oculta la diversidad. Incluso, aunque parezca increíble, se minimiza el papel de los liberales en la reconfiguración de la república en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Quiénes son los padres fundadores de Chile? O’Higgins y Portales los más citados y estudiados. Pero se omite a Federico Errázuriz, Miguel Luis Amunátegui, José Victorino Lastarria, entre varios otros. Es verdad que estos no lograron la Independencia, pero sí modernizaron la república hacia una visión más liberal, a favor de las libertades, etc. O sea, son los padres fundadores de la ‘Segunda República’ en Chile”.
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Para Alejandro San Francisco, hay elementos que muestran cierta continuidad, otros que han implicado cambios y algunos tienen un carácter mixto. “En el siglo XIX Chile era un Estado católico y la religión fue un elemento valioso de transmisión de valores nacionales, tanto en la etapa formativa como en hitos como la Guerra del Pacífico. La Iglesia ha perdido fuerza y el Te Deum católico hoy es ecuménico. La autopercepción de excepcionalidad chilena en el concierto latinoamericano ha caído algunas veces en posturas autoflagelantes o que enfatizan la decadencia”.
“Hay momentos que han tenido dimensiones festivas más grandiosas, largas y con participación internacional, pero que son claramente excepcionales. Al respecto me parece que un lugar especial lo ocupa la celebración del Centenario en 1910, que fue un hito republicano y patriótico, en un momento extraordinario”.
“Finalmente, en la etapa inicial de la República existió una triple fiesta nacional, que incluía al 12 de febrero, el 5 de abril y el 18 de septiembre. Finalmente, solo quedó el 18 de septiembre como la gran fiesta nacional, y las otras tienen conmemoraciones localizadas en su valor (el 12 de febrero incluso recuerda más la fundación de Santiago que la batalla de Chacabuco, por ejemplo)”.
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Como en todo proceso histórico, han existido diferentes conflictos. “La tensión principal se ha dado desde el periodo de conquista, nosotros no tenemos una comunicación fluida con un grupo étnico bastante importante, el sobreviviente de todo este proceso de conquista, colonia, e independiente, que son los mapuches”, comenta Fernández.
“Ahí también entraría la discusión que se dio entre la derecha e izquierda sobre el pluralismo nacional, versus el interés de una nación única, en el proyecto de la Convención la derecha señaló que si bien existen muchos pueblos diferentes eso nos va a desunir como estado, pero no necesariamente como nación”.
Sobre lo mismo habla Valentina Verbal: “Este fue el error de la Convención de 2021-2022. Su error no fue valorar la diferencia, sino tratar de crear una sociedad estamental, basada en derechos especiales, que afectaban los derechos de otros. Y esta es la consecuencia política del esencialismo: el corporativismo. Dicho de otra forma, no es que los chilenos valoren más el rodeo que la plurinacionalidad. El punto es que no quieren visiones identitarias en la constitución, del lado que sea”.
“Es verdad que la diversidad existe, pero no necesariamente ella debe reflejarse, como un espejo, en el sistema de representación. Porque si esto ocurre se reducen las identidades a esencias. Por ejemplo, los mapuches no necesariamente son mejor representados por mapuches. De hecho, la mayoría de ellos no ha participado en las elecciones de escaños reservados. La mayoría de ellos se siente mapuche, pero también chileno. Hay mapuches de izquierda y derecha. Los mapuches no se reducen solo a ser mapuches”.
“Yo creo que las tensiones y conflictos se aumentan cuando, por una parte, se exacerban las identidades nacionales, únicas, esencialistas, como cuando, se busca fragmentar en exceso a la sociedad, especialmente mediante cambios al sistema político, que tienden a la polarización y que limitan la existencia de consensos. Lo último ocurre con visiones corporativas de la democracia”.
Alejandro San Francisco pone la mirada algo más atrás. “En el primer siglo republicano el énfasis principal estaba puesto en generar el sentimiento nacional, dar vida no solo a una nación sino también a una conciencia nacional, como temas fundamentales para el modo de vida que Chile había escogido. Una tensión se manifestó entre la canción nacional y el respeto debido a los demás países. Eso se notó con la petición de España para que Chile dejara de lado los versos más hirientes del himno patrio, que fueron retirados a mediados de siglo XIX”.
“En el último tiempo me parece que una tensión muy visible fue el enfrentamiento entre la tradicional unidad nacional frente a la idea de un Chile plurinacional, que emergió en el primer proceso constituyente y en la propuesta constitucional que fue plebiscitada el 4 de septiembre de 2022″.